miércoles, 28 de abril de 2021

SANTAYANA ANTE LAS PARADOJAS DEL VIRUS

                                             Santayana ante las paradojas del virus

Daniel Moreno Moreno

            Sí, comprendo la sorpresa que provoca este título porque la filosofía de Jorge/George Santayana no tiene nada que ver directamente con el virus SARS-Cov2. El punto de unión queda establecido, no obstante, por la palabra paradojas. La expansión del virus es vista como paradójica o extraña, pero, si se adopta la filosofía de Santayana, desaparece el aspecto paradójico de todo lo que rodea al virus. Porque, según Santayana, la fuente de esas paradojas no está en el virus como tal sino en las ideas e ilusiones humanas que proyectamos sobre el “comportamiento” del virus y que, a modo de boomerang, se nos vuelven en contra. Este enfoque nos permitirá unir, además, filosofía y ciencia.

            Para obviar la presentación de Santayana, me remito al texto anterior “Santayana, para tiempos difíciles”. La relación de la filosofía de la ciencia de Santayana con la pandemia y sus consecuencias tiene también como precedente el texto de Inmaculada Yruela “Cómo encajar las debilidades y las fortalezas de la ciencia durante la pandemia”.

            La expansión del virus presenta varias paradojas. Cuando ha pasado ya un año de que empezáramos a hablar de él, algunas voces se levantan afirmando que, si se hubieran tomado medidas drásticas desde el mismísimo comienzo, hubiéramos evitado su diseminación. Eso es una clara ilusión de la perspectiva. Los datos de secuenciación del virus en los diferentes países y escenarios donde se ha realizado seguimiento  demuestran que ya estaba en otros lugares del planeta antes de que fuera detectado en Wuhan. Cuando estábamos en la cima de la primera ola y empezábamos a descender, parecía que ya había pasado lo peor. Pero los datos del muestreo llevado a cabo por el Instituto de Salud Carlos III (estudio de seroprevalencia ENE-COVID) nos llenaron de estupor al mostrar que únicamente un 5% de la población había estado en contacto con el virus, esto es, que había desarrollado anticuerpos. Como siempre surgieron hipótesis ad hoc —bien fundadas, sin duda— que ampliaban ese escaso porcentaje elevándolo al doble. Dato que, en cualquier caso, no se correspondía con el grado del miedo soportado. 

            Después se sucedieron las olas, el número de infectados y de muertes, que, lejos de ser cada vez menores proporcionalmente, eran cada vez mayores. Se cerró, con celebración incluida, IFEMA, y se le llamó “nueva normalidad” al periodo posterior a la primera ola. Ahora ya se anuncia la cuarta o quinta ola, a pesar de las restricciones impuestas.

            ¿Por qué la expansión del virus, tras un año, no va a menos, como parecía que se podía esperar, sino a más? ¿Es paradójico o sólo nos parece paradójico? El sentido común no dice que únicamente nos parece paradójico, que no lo es. Pero ese punto de vista se deja a un lado enseguida, y no está mal que algún filósofo nos lo recuerde, que nos devuelva la cordura. Ese es el caso de Santayana.

            Para él es la cuestión filosófica clave es distinguir entre la realidad y el conocimiento de la realidad; entre las palabras y las cosas; en este caso, entre lo que podemos decir sobre el virus y el virus mismo. Es una distinción clara, que, no obstante, olvidamos fácilmente. Pero Santayana nos avisa del error categorial de tomar la descripción de la naturaleza por la naturaleza misma; ese es su caballo de batalla. Por eso se alejó tanto de la filosofía anglosajona-pragmatista como de la filosofía continental-idealista. Para ellos “los límites de mi lenguaje señalan los límites de mi mundo”. Cuando lo cierto que es que el virus excede, con mucho, lo que la ciencia puede decir sobre él con sentido —el desfase es aún mayor, si atendemos a lo que se escribe en los medios de comunicación.

            Para Santayana, sin embargo, “estamos condenados a vivir dramáticamente en un mundo que no es dramático” (1938). Frase epigramática que, para un buen conocedor de Santayana como lo es Fernando Savater, es el eje del pensamiento santayaniano —cf. Acerca de Santayana, Universidad de Valencia, 2012—. Así se muestra en obras de Santayana como: El egotismo en la filosofía alemana (Biblioteca Nueva, 2014) y La tradición gentil en la filosofía americana (KRK, 2018). La frase, aplicada al virus, quedaría así: estamos condenados a vivir paradójicamente con un virus que, de suyo, no es paradójico.

            En efecto, si distinguimos entre nuestra apreciación de la realidad y la realidad misma, se entenderá la expansión del virus y desaparecerá su aspecto extraño. También seremos conscientes de la fuerza de las ilusiones humanas. De modo que, cuando se detectó el virus en Wuhan, no tiene por qué ser cuando realmente se inició la infección en humanos. Así encaja que pudiera estar presente antes en otros lugares del planeta. La expansión real del virus es poco probable que siguiera exactamente las rutas que marcaron nuestros descubrimientos de sus primeas apariciones en cada país. Ahí se confundiría nuestro conocimiento del movimiento del virus con el movimiento real del virus.

            Tras la fuerte presión mediática y el esfuerzo que supuso nuestro confinamiento, se creó la impresión de que el virus se había expandido rápidamente y que estaba en cada pieza de fruta y en todos los pomos de todas las puertas. Pero ahí no había llegado el virus. Sus movimientos se atienen a las leyes de la biología molecular, al azar de sus mutaciones y a su transmisibilidad, no a nuestros miedos. Nuestros movimientos sí lo expanden con nosotros, pero nuestros miedos viajan mucho más rápidamente aún. Ahí, de nuevo, tomamos nuestra preocupación por la rápida expansión del virus como si fuera su movimiento real.

            En cuanto a la sucesivas olas, para nuestra apreciación, deberían ser cada vez menores porque son muchos los ya infectados, los ya fallecidos —y, ahora, los ya vacunados—. Pero, para el virus, aún queda mucho terreno virgen: para él, cada humano es algo a contagiar. Ahí, de nuevo, se ve el gran desfase entre el número de afectados —alarmantes, ciertamente— y el número de humanos que aún no han estado en contacto con el virus —por más que muchos piensen que ellos ya han estado con contacto y que han sido asintomáticos—. Por eso, si no llegan las vacunas antes, las olas se sucederán al ritmo y a la altura que determinen nuestra libertad de movimientos.

            En definitiva, estamos condenados a vivir dramáticamente con el virus, pero no hemos de esperar que él se ajuste al guión del drama. Él no es un personaje, ni siquiera tiene “comportamiento”, sencillamente se rige por mutaciones azarosas y por los principios bioquímicos que marcan una expansión demasiado rápida para nuestros hospitales, pero demasiado lenta para el resto de la población.