Santayana es algo más, o algo menos, que filósofo, pues la filosofía no bastaba a dar cauce a la riqueza intuitiva de su pensamiento, como atestiguan su voluminosa obra autobiográfica y su estimable labor como poeta. Los ensayos recogidos en este libro pertenecen a una antología de sus textos llevada a cabo por
Logan Pearsall Smith y publicada por vez primera en 1920. Reflejan por tanto el talante de ambos, autor y lector, y aquilatan como ninguna otra antología posible lo que les unía más profundamente pese a ser mucho también lo que los separaba.
Pearsall Smith dice hallar en la copiosa obra de Santayana «numerosos textos semejantes a los de los antiguos ensayistas sobre temas humanos en general [y] de mayor importancia que lo que hallaba en la obra de otros escritores contemporáneos ». Lo que de verdad encuentra, y echa en falta en los autores de su época, es un cierto humanismo de corte clásico. Se piensa, casi sin querer, en Montaigne, cuyo escepticismo, amable y burlón, no dista mucho del de Santayana, que afirmó que había tratado de decir
la mayor cantidad posible de cosas no inglesas en lengua inglesa.La fe crédula en la evolución y el deseo de una vida intensa son característicos de la sensibilidad
contemporánea, pero no parecen coherentes con el desprecio del intelecto, no menos característico de estos tiempos. La inteligencia humana es, sin duda, fruto de la evolución, un fruto tardío y altamente desarrollado, tan digno de admiración, al parecer, como los ojos de los moluscos o las antenas de las hormigas. Y si la vida es mejor cuanto más intensa y concentrada, la inteligencia sería, en tal caso, la mejor forma de vida. Sin embargo, esta época se encuentra tan incómoda con
su grado de inteligencia que le basta con algo menos vital y añora lo que la evolución ha dejado atrás.
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